miércoles, 3 de agosto de 2016

Sin título. Obra del Congreso Nacional Indígena, Universidad de la Tierra, San Cristóbal de las Casas, Chiapas, 2015. Anónimo (¿colectivo?)

Sin título. Obra del Congreso Nacional Indígena, Universidad de la Tierra, San Cristóbal de las Casas, Chiapas, 2015. Anónimo (¿colectivo?)

Por Isaac Correa

Entrar en una comunidad zapatista, o tener algún contacto con la revolución zapatista en México, desde mi experiencia, es dejar que esas voces que siempre han estado ahí, te hablen con claridad. Ver a los ojos a el alma de una revolución que se vive en la cotidianidad: en esa lucha constante por existir en un contexto cuyo utilitarismo deviene en la extinción de la pluralidad.

Mural de Congreso Nacional Indígena en la Universidad de la Tierra, 2015

            El movimiento zapatista, además, parece tener un poder casi alquímico de penetrar en distintos espacios para ejercer la posibilidad de la política y ser ahí donde no se es, de transgredir la normalidad y convertir lo cotidiano, el punto final, en una interrogación con múltiples voces que dialogan. Como parte de estos espacios, el arte es fundamental como una arena de confrontación política. Y esto es lógico. El movimiento zapatista viene de comunidades indígenas y una tradición de búsqueda por la visibilidad y el reconocimiento, en donde el arte no sólo es una herramienta, sino que es un espacio para ejercer la libertad de expresión y ser parte del discurso como una voz válida y auténtica.

            Durante el Congreso Nacional Indígena 2015 se presenta esta obra, que actualmente se encuentra en la Universidad de la Tierra. Debemos entender que en ese momento, y hasta la actualidad, se encuentra abierta y sangrando una herida profunda que denuncia la represión y la corrupción profunda del Estado mexicano, a través de un símbolo poderoso y bandera presente del México contemporáneo: Ayotizanapa.

            En septiembre del 2014, 43 estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa en Guerrero se dirigían a una manifestación a la que nunca llegaron. Lejos de cualquier valoración o discernimiento sobre las causas políticas a las que daban voz, la transgresión del valor de la vida y la desaparición forzosa de estos 43 estudiantes refleja la crisis de un Estado desvinculado de su población y sus necesidades. Un Estado que existe para el enriquecimiento de la clase política y sus adeptos de acuerdo a la temporada en la que existan, y que sin duda, sus mayores preocupaciones están muy lejos del desarrollo social o la preocupación legítima por los Derechos Humanos.

Representación de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa

            La desaparición de estos estudiantes implica, si bien (esperamos) que no la muerte, sin duda es la no-vida. Sepultar los sueños y las formas de existir de estos estudiantes, bajo la tierra. En esta obra, sin duda, se ve en primera instancia una materialización de la resurrección a través de las semillas que, una vez sepultadas en ese estado de no-vida, vuelven a vivir y a ser, en este caso, en la voz de cada denuncia y en el recuerdo constante. Pero ¿qué semilla representan estos estudiantes? No cualquiera, es la semilla del maíz, que tiene una estrecha relación con los pueblos de Mesoamérica y en especial con la región maya. Cuenta el Pop Wuj, que la humanidad que constituimos en la última era, fue creada a partir del maíz en un estrecho contacto con la naturaleza y la divinidad, y después de haber destruido intentos anteriores de la humanidad mediante el viento, lluvias de fuego, devorados por bestias o mediante lluvias torrenciales.

            Las 43 semillas de maíz que representan los estudiantes están resguardadas por dos serpientes: roja y negra. Las serpientes en la región maya, en contra de la connotación negativa que tiene para la tradición judeocristiana en donde se asocia con el pecado, está relacionada con el cuidado de la tierra, la fertilidad e incluso de forma particular para las regiones tzotziles y tzeltales de los altos de Chiapas, hay una relación incluso más profunda, puesto que la serpiente es la forma en la que el Chul’el (o espíritu) se manifiesta al momento de ascender y estar en contacto con el cosmos. Por otro lado, que sean dos serpientes no es ninguna casualidad. La dualidad está presente en muchas de las culturas alrededor del mundo y en este caso, se relaciona también con al creación, ya que se encuentran encontradas pero las lenguas están en contacto, como un cuchillo de pedernal justo en el momento de la creación [del fuego].

Las serpientes encontradas y la dualidad

            Además, en el maíz podemos ver la figura del caracol a la que podemos darle en primer lugar una relación con las comunidades zapatistas que se autodenominan “Caracoles”. Pero además de eso, tiene que ver con la concepción del tiempo para las culturas de Mesoamérica en donde el tiempo es representado como una espiral ascendente en donde se van cubriendo una serie de ciclos cósmicos que permiten que la humanidad aprenda y crezca, regresando al mismo punto en diferentes momentos, pero en diferentes niveles. Incluso podríamos extender esta relación a la forma de concebir el cero por parte de la cultura maya, puesto que este representa la “ausencia de cantidad pero presencia de cualidad”. Es decir, que la representación simbólica de los 43 estudiantes de Ayotizanapa, a pesar de su ausencia física, implica una presencia discursiva que tiene un poder ideológico muy importante, sobre todo al momento de pensar en la trascendencia de la vida.

El caracol en el mural del CNI 

            Finamente, en la parte superior de la pintura podemos identificar al menos cinco colibríes. Este animalito tiene una relación muy particular con el dios Huitzilopochtli, que aunque proviene de la cosmovisión del altiplano, también tiene relación con la región maya. Este dios está relacionado directamente con a guerra, y como una extensión, las comunidades zapatistas pueden relacionarlo directamente con la rebeldía y el espíritu de lucha basado en los principios de “autonomía, resistencia y libertad”.

Huitz (colibríes)


            En suma, esta obra no sólo representa una representación pictórica del imaginario sobre la rebeldía o una denuncia contra el estado, sino es una manifestación de la memoria colectiva, un grito silencioso que representa un acto político que duele, que llora, y que da fuerza a las demandas de los colectivos que buscan restaurar la igualdad y lograr la justicia en un contexto complicado. Implica no sólo representar, sino mantener viva la memoria.

            Se puede encontrar en la Universidad de la Tierra, en San Cristóbal de las Casas, y sin duda vale la pena conocer este lugar.